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Capitulo 29

Capítulo 29

{Esperanza}

Querido Enrique llevo toda la semana con fiebre, con una gripe que me impide pensar, y no soy capaz de contarte nada que no sea triste, ya que la fiebre nunca viene con pensamientos optimistas y alegres, así que te dejo que escribas sobre tu niñez, que sé que fue muy alegre.

{Enrique}

Comienzo mi relato en el año 1956, invierno crudo y lluvioso en Madrid. Llegué en avión y me llevaron directamente a la casa de Manuel Chappory y Concepción Bisquerra; ella es la hermana de mi madre, que tuvo que repartir a sus cinco hijos porque su marido la abandonó; de hecho, abandonó a sus cinco hijos y se fue tan campante a Venezuela con su jovencísima amante.

Como solo tenía cinco años, mis recuerdos son pocos pero muy vivos; de mi llegada a Madrid me acuerdo solo de la entrada por la «autopista» de barajas, y no sé por qué pasamos por la plaza de Cibeles para ir al paseo de la Habana, número 44, piso primero, puerta derecha. Sí me acuerdo que desde la ventana del salón se veía el estadio del Real Madrid, pues no había ningún edificio que impidiese el poder verlo ya que en ese año no había más construcciones que nuestra casa. Toda la zona era campo abierto con unas pequeñas granjas con corderos, pero como solamente nos dejaban salir a la parte de atrás, nunca supe como eran esas lejanas e inexploradas tierras que hoy son el centro financiero de Madrid. Me acuerdo también de la construcción del paseo de la Castellana, que en aquel entonces se llamaba «avenida del Generalísimo» y que emulaba a las grandes avenidas de Buenos Aires y otras capitales.

Como era pequeño, me refiero a mi estatura, lo veía todo desde abajo hacia arriba; el tranvía que pasaba era altísimo y hacía un verdadero estruendo, y mi juego predilecto era poner una moneda de un céntimo sobre la vía para que el tranvía la pisara, y luego la guardaba totalmente aplastada en una caja con otras muchas de esa monedas que ya no me servían para comprar, es decir, inventé la inflación.

En verano hacía lo mismo en las vías del tren que iba de Tánger a Rabat, justo frente al balneario de los Hoteles Asociados.

Un recuerdo imborrable de esos días en Madrid era el de la persona que al atardecer encendía la llama de las farolas de gas, la luz que había en la calle era muy, muy blanca, y con sombras muy, muy pronunciadas, creo que me daba miedo esa luz pero no estoy muy seguro.

Nunca olvidaré el ruido que hacía el chuzo del sereno al golpear el suelo, y su grito de «sereeeenooo»; tenía las llaves de todos los portales y daba buena (o mala) información sobre los vecinos a la policía, y naturalmente, en Navidad se le daba el aguinaldo, ya que había que estar de buenas con estos guardianes de la noche y de las llaves.

La inolvidable Petra, nuestra portera, no me acuerdo de haberla visto nunca de pie, siempre sentada y mirando a través de la ventana de la portería… en fin, recuerdos sencillos de una niñez apacible y con un deseo constante de que llegasen las fiestas y las vacaciones para poder ir a Tánger.

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Paseo de la Habana 44

Estadio del Real Madrid

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