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Capitulo 25

Capítulo 25
{Esperanza}
 Estar triste de vez en cuando, cuando se tienen más de 100 años, debe de ser normal; así que hoy estoy normal, y además me siento algo triste, aunque no voy a enumerar mis tristezas sí quiero hablar de algo que me molesta y es esto: Tánger desaparece. 
Lo digo así para llamar la atención pues es exagerado y no cierto, Tánger no desaparece, pero sí los han hecho, y eso ya es bastante, muchas de sus tiendas, sus edificios y todos sus balnearios… ¿Quién no se acuerda de los almacenes Kent, de Galeríaas Preciados, de Galerias La fayette, de la tienda de Montero, Eva, del salón de té de Madame Porte, de Wiga y Franco Polish, del Hotel Cecil, de villa Eugenia —nuestra casa—, y sobre todo de la avenida de España. ¿A quien demonios se le ocurrió la atrocidad de cambiar las palmeras por farolas de acero brillante? Las palmeras daban sombra y te hacían poder pasear en pleno agosto, con un sol de justicia; quiero ver al guapetón que lo hace ahora y sobrevive al paseo. Al menos no han eliminado las cuestas ni el Boulevard Pasteur, pero la preciosa avenida de España la han convertido en una autopista. 
Sigo exagerando y gritando los cambios que no me gustan, entre otros el cambio del nombre de las calles, entiendo que estamos en Marruecos pero también estamos en Tánger, y punto. 


{Enrique}
 Hoy mi tía abuela está que trina, y todo por cuatro cambios y tropecientas desapariciones de inmuebles, hoteles, villas, balnearios y un sin fin de recuerdos que no son más que recuerdos, pues mientras haya tangerinos y sus familias no se perderá la esencia de nuestra amada ciudad. 
Este verano voy a viajar a Tánger a presentar esta novela, Alberto Gómez Font nos informará del cuándo y el dónde. Hace más de 15 años que no viajo a Tánger, y ya la encontré cambiada con respecto a la que recordaba de cuando era niño, aunque todavía estaban los balnearios y sus casetas para cambiarse; el de los Hoteles Asociados, al que iba de niño, estaba exactamente igual, un poco abandonado pero precioso. Naturalmente, paseé por la avenida de España, y sus palmeras me dieron la sombra adecuada para sobrevivir al sol que machacaba todo menos esta avenida. Estuve en Madame Porte; el aspecto de los pasteles era el mismo de mi niñez pero el sabor era diferente, rico pero no igual al que recordaba, tome un té en el café de París, repetí pastel en La Española y me perdí un buen rato por la medina. 
Cuando pasé por delante de Villa Eugenia (ya estaba abandonada), mire al otro lado de la calle, no me atrevía a verla en ese estado, si bien al día siguiente volví, entré y la fotografié, algunas de las fotos las hice con los ojos cerrados y tardé varias semanas en verlas.

Hoy pongo la didáctica película que veíamos en el cuarto del piano, sentados en el suelo y sin parpadear.

La avaricia rompe el saco 
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